Se dice que la seguridad es primordial para garantizar el buen curso de todo tipo de espectáculo deportivo. Razones no les faltan a todos aquellos que se ‘rasgan las vestiduras’ arguyendo que “se debe pensar en el público asistente”. Justamente a ello abocó su labor la Policía Nacional el último domingo catorce del presente, en el partido que sostuvieron Universitario y Alianza Lima, el ‘clásico’ del fútbol peruano.
Tuve la suerte de estar presente en el Estadio Monumental aquel día. Fui con un grupo de amigos de la PUCP a la tribuna sur –lugar de la barra aliancista- y lo que pude ver dista mucho de la realidad que nos estuvieron ‘vendiendo’ los diversos medios de comunicación en la semana post-clásico. Titulares como ‘La violencia perdió por goleada’, ‘Todo en orden’ o la omisión (¿adrede?) de imágenes en la televisión me resultan, hasta el día de hoy, inverosímiles.
Es cierto que se logró controlar la violencia, que se pusieron a disposición cerca de 6000 mil efectivos para salvaguardar el orden y que se respiró un ambiente netamente ‘futbolero’. Sí, pero casi todo ello ocurrió en las afueras del estadio de Ate, específicamente a la hora de la salida del partido. Al fijar toda su atención en los posibles ataques a las residencias de los alrededores y en la seguridad de ‘palquistas’ y gente que fue a Occidente u Oriente, la Policía incurrió en el grave error de dejar de lado a la misma tribuna, como fue el caso concreto de la popular sur.
Desde antes del partido, hubo enfrentamientos entre los propios barristas de Alianza por la prolongación Javier Prado (El Comando Sur, barra aliancista, está en crisis y dividido en dos bandos). Los únicos perjudicados eran los verdaderos hinchas que, alejados de esos ‘barras bravas’, tenían que protegerse como podían de la avalancha de piedras que les caía encima. Un caso aparte merece el enfrentamiento de cientos de desadaptados en la propia tribuna sur. La gente fue arrinconada hasta la reja de Occidente al tiempo que escapaban de los correazos y golpes del grueso de la barra.
Casi me roban en pleno entretiempo. Felizmente, logré escapar y cuando intenté pedir ayuda fue en vano. La Policía ‘brillaba por su ausencia’. Sólo veinte efectivos hacían lo que podían frente a más de doscientos vándalos que habían desatado una verdadera batalla campal. Yo me pregunto, ¿No lo vio la prensa? ¿No se dio cuenta el general encargado de la seguridad?, ¡Claro que no!. Mientras la tribuna sur del Estadio Monumental se convertía en ‘tierra de nadie’, cientos de policías se acomodaban a lo largo de la avenida Javier Prado esperando la salida de las barras. Adentro se apoderaba el caos, afuera se respiraba tranquilidad. Bien dicen que “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Tuve la suerte de estar presente en el Estadio Monumental aquel día. Fui con un grupo de amigos de la PUCP a la tribuna sur –lugar de la barra aliancista- y lo que pude ver dista mucho de la realidad que nos estuvieron ‘vendiendo’ los diversos medios de comunicación en la semana post-clásico. Titulares como ‘La violencia perdió por goleada’, ‘Todo en orden’ o la omisión (¿adrede?) de imágenes en la televisión me resultan, hasta el día de hoy, inverosímiles.
Es cierto que se logró controlar la violencia, que se pusieron a disposición cerca de 6000 mil efectivos para salvaguardar el orden y que se respiró un ambiente netamente ‘futbolero’. Sí, pero casi todo ello ocurrió en las afueras del estadio de Ate, específicamente a la hora de la salida del partido. Al fijar toda su atención en los posibles ataques a las residencias de los alrededores y en la seguridad de ‘palquistas’ y gente que fue a Occidente u Oriente, la Policía incurrió en el grave error de dejar de lado a la misma tribuna, como fue el caso concreto de la popular sur.
Desde antes del partido, hubo enfrentamientos entre los propios barristas de Alianza por la prolongación Javier Prado (El Comando Sur, barra aliancista, está en crisis y dividido en dos bandos). Los únicos perjudicados eran los verdaderos hinchas que, alejados de esos ‘barras bravas’, tenían que protegerse como podían de la avalancha de piedras que les caía encima. Un caso aparte merece el enfrentamiento de cientos de desadaptados en la propia tribuna sur. La gente fue arrinconada hasta la reja de Occidente al tiempo que escapaban de los correazos y golpes del grueso de la barra.
Casi me roban en pleno entretiempo. Felizmente, logré escapar y cuando intenté pedir ayuda fue en vano. La Policía ‘brillaba por su ausencia’. Sólo veinte efectivos hacían lo que podían frente a más de doscientos vándalos que habían desatado una verdadera batalla campal. Yo me pregunto, ¿No lo vio la prensa? ¿No se dio cuenta el general encargado de la seguridad?, ¡Claro que no!. Mientras la tribuna sur del Estadio Monumental se convertía en ‘tierra de nadie’, cientos de policías se acomodaban a lo largo de la avenida Javier Prado esperando la salida de las barras. Adentro se apoderaba el caos, afuera se respiraba tranquilidad. Bien dicen que “ojos que no ven, corazón que no siente”.
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