"Vamos a Mendoza", se apura, con algo de angustia, Diego. "Sacamos las entradas y de paso compramos grifa".
Es sábado por la tarde y Alianza Lima juega en Matute, pero antes Angelito y sus ‘patas’ deben pasar obligatoriamente por este peligroso barrio victoriano. Necesitan las entradas de cortesía porque están misios como para ir a la boletería del Alejandro Villanueva.
CALLEJÓN, REGRESÉ
Mendoza Merino o, simplemente, Mendocita, es una barriada invadida en 1930 y de la cual se desprenden innumerables callejones y recovecos angostos que lo convierten en un verdadero laberinto. Por aquellos tiempos, cuando la policía perseguía a un maleante, ya era sabido que su refugio sería Mendocita. Así, su nombre se convirtió en sinónimo de impunidad.Han pasado más de 70 años y Mendocita ha cambiado, pero para peor. Sus buenos y malos habitantes siguen conviviendo con abesados y novatos delincuentes, drogadictos fantasmales y, desde el 2000, con el Comando Svr, la barra brava del Alianza Lima.
EL ‘CHE’: ASCENSO Y CAÍDA
Divergencias internas provocaron que el poder de la barra, que hasta 1999 estaba en manos de la Asociación Barra Aliancista, pase a manos del ‘Che Nerito’, cabecilla de la denominada Barraca Rebelde de La Victoria. El ‘Che’ -quien vivía en Mendocita-, a pesar de su metro 55 de estatura, era un líder nato, un parador como pocos y un estratega con sangre fría. Pero por encima de estas características de liderazgo, tenía un defecto que lo marcaría para siempre: la avaricia.
De las más de 500 entradas que el ‘Che’ recibía de los dirigentes del club por cada partido, la mitad las destinaba a la reventa, y el resto lo distribuía entre los diferentes grupos de la barra, previo pago del 60% del costo de la misma.
Una tarde, Angelito fue testigo de un hecho que cambió la vida al ‘Che’, ser repudiado por sus camaradas y, finalmente, perder el poder en la barra.
Caminando por la concurrida avenida Isabel la Católica, donde florece el negocio de los parabrisas robados y ‘bambas’, Angelito observó a un ‘Che’ más intranquilo que de costumbre y optó por no saludarlo. El cabecilla del Comando Svr preguntaba ansiosamente por el Gordo, un muchacho de 15 años que también vivía en Mendocita.
-"Me quiere cerrar ese huevón. Lo cago si se quiere pasar de pendejo".
El Che solía distribuir algunas entradas entre sus allegados para que estos las revendan a un precio superior al que pagaban los barristas. Esto le daba muy buenas ganancias. Al final, cada uno debía responder por las entradas que se les había entregado y luego recibían su parte.Aquel día, solo faltaba la liquidación del Gordo.
Unos minutos más tarde, estando en ya Mendocita, Angelito vio acercarse, apurando el paso, al Gordo. El ‘Che’ lo divisó y de inmediato le pidió cuentas. El Gordo le dio lo que tenía.
-"Acá falta", le dijo el Che.
-"Lo quiere cerrar", pensó Angelito.
-"Falta el billete de cinco entradas", insistió el Che.
-"Se me cayeron esas entradas. Las perdí", trató de justificar el Gordo.
-"Se te cayeron no pendejo. Lo que pasa es que me quieres agarrar de huevón. A mí nadie me pasea compadre", replicó con furia el ‘Che’.
Tenía la misma mirada fría y calculadora con la que preparaba las emboscadas contra los cabros (hinchada de Universitario de Deportes). Pero esta vez su furia parecía incontenible. Sin decir más, sacó el revólver que llevaba debajo del polo y, sin darle tiempo a reaccionar, le disparó un tiro en la cabeza. El Gordo murió en el acto.
Esa misma tarde el ‘Che’ fugó de Mendoza. Aunque meses después fue capturado por la policía y recluido en el penal de Lurigancho.
Luego continuos enfrentamientos entre los mismos integrantes de la barra, finalmente, en el 2001, se logró expulsar a los incondicionales del ‘Che’, que habían quedado al frente de la barra con los mismos métodos de su cabecilla.
BARRUNTO ES MI CORAZÓN
Angelito, Diego y sus demás amigos ya están en Mendozita. Se dirigen a las cuadras 6 y 7, que es el lugar donde se concentra el grueso de la barra a la espera de las entradas de cortesía, por las que pagarán el 60% de su valor. Antes, pasan por el mural dibujado en homenaje a Sandro Baylón, la promesa del club que se mató en un accidente automovilístico una madrugada de un Año Nuevo. Es la misma imagen que lo perennizó celebrando un gol que le hizo al Sporting: Las manos juntas sobre el pecho y la mirada al cielo, como elevando una plegaria.
Centenares de muchachos de todas las edades y condición social, ataviados con polos azules y blancos, algunos esmerándose en mostrar sus tatuajes con símbolos aliancistas, otros dejando ver el la última herida de guerra en forma de cicatriz de delincuente abesado, atestan la calle. Imposible que un vehículo pase por el lugar. Ellos son los dueños de la pista.
Al ingresar a la cuadra 7 de Mendoza, Angelito divisa a otras caras conocidas, ajenas al fútbol, seres fantasmales, sucios, andrajosos, con la mirada perdida en el vacío. Algunos están sentados, otros tratando de caminar, pero con movimientos descoordinados que no les permiten dar más de tres pasos sin parar, se apoyan en la pared, tratando de no caer, algunos ya están de bajada (ya se durmieron), otros siguen entregándose a la pasta. Están en el lugar de siempre: la entrada de una construcción sin techo y con divisiones que parecen laberintos y con una gran insignia aliancista en su fachada. Son unos 15 los que están afuera. Adentro deben haber más. El menor de ellos es chibolo, debe tener 15 años, pero la droga, el llonque (trago hecho de alcohol industrial) y las correrías diarias hacen que su desgastado rostro parezca de no menos de 25 años. Ellos siempre están ahí, día y noche, entregando su vida a la maldita droga, indiferentes a lo que pasa a su alrededor. No se meten con nadie y nadie se mete con ellos. Son del barrio. Son Alianza, pero les importa un pito si hoy hay partido o no. Ellos solo quieren empezar con la próxima liga y esperar la bajada.
En Mendoza también se plasman las desigualdades que observamos a diario. Mientras unos, los más pudientes, esperan el inicio del partido tomándose unas Brahma litro cien, otros solo pueden apelar a la botellita reciclada de plástico llena de llonque, o ‘pichi pichi’, como llaman despectivamente a este licor que cuesta un sol y que es suficiente para empilar a quienes lo consumen. También hay cloro para los que están en capacidad de pagarlo, y marihuana o pasta cabeceada para los más ‘misios’. Otros simplemente no le entran al vicio y esperan a que Juancho y sus acólitos salgan de su callejón con las entradas.
JUANCHO Y LOS SOPLONES
Juancho tomó el poder, apoyado por la mayor parte de grupos, luego de que se erradicó de la barra a los de El Agustino y el Rímac, incondicionales del ‘Che’. De rostro adusto y otrora bronquero como pocos, a Juancho, aunque ganas no le faltan, ahora le es muy difícil ser tan temerario como el ‘Che’. La policía lo tiene seco desde que en el 2002, antes del único clásico que se jugó en el Monumental, los integrantes de la hinchada rival lo sindicaron, junto a algunos de sus allegados, como el que manejaba la barra aliancista, y promovieron la firma de un acuerdo de no agresión entre ambas barras en el Congreso de la República. Los del Comando Svr rehusaron firmar tal pacto, pero tras la delación de sus rivales fueron conducidos casi a la fuerza al Congreso. Ese episodio le valió a la hinchada contraria el apelativo humillante de "soplones". Ahora Juancho, identificado plenamente y con la policía respirándole la nuca, tiene que conducirse con cautela a la hora de organizar los golpes contra el enemigo.
Juancho con su camiseta del Chelsea
Por lo menos le queda el consuelo de la venta de las entradas de cortesía que, al igual que al ‘Che’, le dan buenas ganancias. Pero Juancho es muy distinto al ‘Che’. Sabe que si comparte parte de ese dinero, tiene asegurada la presidencia de la barra por largo tiempo. Trata de apoyar en todo a las filiales, desde colaborar con las fiestas de aniversario, hasta soltar dinero para los heridos en combate, pasando por facilitar armas de fuego a quien se las pide.Mientras Juancho y sus acólitos reparten las entradas, a lo lejos la policía observa. Nunca entran a Mendoza. Es peligroso para ellos.
Angelito ya tiene su boleto en el bolsillo trasero del jean azúl, y se une a la procesión de muchachos eufóricos que enrumban a Matute. Con la ropa apestando a pasta y los ojos enrojecidos, a pesar de haber sido solo un fumador pasivo, deja atrás Mendoza, sus callejones, su gente buena y malograda, a Baylón en la misma pose y a sus muertos vivientes que no paran de fumar. El próximo fin de semana volverá, como dice un estribillo del Comando Svr, a Mendoza otra vez.
Colaboración gracias a Angel.